Incontables
personas de este planeta se despejan cada mañana con una buena taza de café,
parece una conducta imprescindible para empezar el día. Algunos sólo tomarán
esa primera taza para hacer más soportable el madrugón, otros irán encadenando
café a lo largo del día, algunos lo tomarán incluso después de cenar, pudiendo
dormir a pierna suelta, otros tendrán insomnio por tomar el café de después de
comer, algunos sufrirán de ardor, otros serán incapaces de ir al baño sin su
dosis diaria y aunque parezca mentira algunos pocos ni lo han probado.
En mi caso he
sido programada para adorar el café desde que tengo uso de razón, uno de mis
recuerdos de infancia era levantarme por la mañana con el aroma del café recién
hecho de mis padres, es más, previo a abrir la puerta de mi habitación sabía si
estaban despiertos por el tintineo de la cuchara dentro de la taza de café, era
un ruido que me alegraba. Adoraba tanto el olor a café no tardé mucho en
pedírselo a mis padres, me puse tan pesada que mi madre buscó una estrategia,
cogía un taza de café como la suya, la llenaba de leche y con su cuchara en
vertical transportaba un sola gota de café a mi taza de leche, yo era la más
feliz del mundo con mi “café con leche”.
Con los años
mi amor por el café no ha desfallecido pero como nutricionista he estudiado
ampliamente sus efectos y he aprendido a dosificarlo, sobretodo porque soy de
esas personas sensibles a los efectos del café.
La cafeína
Químicamente
es una xantina metilada y el hígado se encarga de gestionar esta sustancia
desglosándola en lo que se llaman tres productos metabólicos:
- Paraxantina: Incrementa la lipólisis, es decir,
facilita que el cuerpo queme grasas.
- Teobromina: Dilata los vasos sanguíneos y
aumenta la ganas de orinar, esta sustancia se encuentra principalmente en el cacao.
- Teofilina: Relaja los bronquios, es dosis
mayores se usa para el asma.
Esta breve
lección de química justifica el porqué del uso de la cafeína en el deporte, su
eficacia sobre la retención de líquidos y su aplicación en cremas anticelulíticas.
Sensibilidad y adaptación
En efecto, no
todos reaccionamos igual ante esta bebida, en primer lugar la vida media de la
cafeína en sangre es de unas 4-8h en gente sana, las personas cuyos hígados
funcionen más rápido o estén más adaptados al café podrán tomar cada 3-4h, otras
personas pueden experimentar nerviosismo con el segundo café.
Todos los
humanos tenemos un neurotransmisor llamado adenosina, pues bien, resulta que la
cafeína se le parece y puede aparcar sin problema en la plaza de la adenosina
haciendo que ésta llegue tarde al trabajo y no pueda desarrollar sus funciones.
Una de sus tareas es el control del ciclo vigilia-sueño además de la gestión
del AMPc, si se le acumula el trabajo se incrementa la frecuencia cardíaca y
aparece el estado de alerta, justo lo que sentimos cuando nos hemos pasado de
cafés.
¿Beneficia o perjudica?
Una dosis
correcta mejora la concentración porque aumenta la cantidad de flujo de oxígeno
y nutrientes al cerebro y los músculos, mejora el rendimiento deportivo porque
incrementa la frecuencia cardíaca y su eficiencia, además de mejorar el proceso
de quema de grasas, haciéndonos más eficientes a la hora de obtener energía.
Ahora bien, un
exceso de café puede ocasionar taquicardia, nerviosismo, irritabilidad,
insomnio y dificultad para metabolizar otros fármacos.
¿Dónde está el límite?
La dosis
correcta teórica es de dos tazas al día (tipo café solo), pero recordemos que
la sensibilidad varía según la persona, por ejemplo, en mi caso no corresponde,
porque un café después de comer reduce considerablemente la calidad de mi
sueño.
Cabe recordar
que no todos los café con son iguales, los hay de concentrados y de
aguachirris, lo está claro es que un café de sabor más fuerte tendrá más
cafeína y que si tomamos café descafeinado no experimentaremos lo comentado en
este artículo.
DN Carla Not